IMPACTO AMBIENTAL DE LAS MALEZAS RESISTENTES Y TOLERANTES

Las malezas resistentes y tolerantes son una constante en los sistemas productivos agrí colas de Argentina . Estas malezas generan sin dudas un importante impacto productivo y económico, aunque no sencillo de estimar.


amanecer rural

Investigadores estiman el costo anual de control de malezas en soja en 1300 millones de dólares, pero podría llegar a ser mucho mayor si se continúa esta tendencia, incrementándose también las pérdidas de rendimiento. En un análisis más detallado, sobre los cultivos de soja y maíz, en seis zonas productivas del país, REM estimó que el costo se incrementaba entre 18 y 120 dólares por hectárea cuando se tenían que controlar malezas resistentes y tolerantes en los lotes, impactando fuertemente en los márgenes brutos, especialmente en las zonas extrapampeanas. Sin embargo, los análisis de impacto ambiental son raramente contemplados al intentar dimensionar el daño que generan las malezas. Investigadores midieron el impacto ambiental de incorporar un cultivo de cobertura en el sistema, al disminuir el número de aplicaciones de herbicida necesarias. Lo hicieron a través del Coeficiente de impacto ambiental (EIQ). Este mismo enfoque puede ser útil para comparar el impacto de los herbicidas aplicados en situaciones con y sin “malezas difíciles”, entendiendo como tal a las malezas resistentes y tolerantes, o lo que es lo mismo, aquellas que no pueden controlarse con las prácticas normalmente utilizadas. El objetivo del trabajo fue entonces medir el impacto ambiental de las malezas difíciles, debido al uso diferencial de herbicidas que se requiere, a través de un indicador como es el EIQ

Para cada zona y cultivo se analizaron dos situaciones: con y sin malezas difíciles. La situación sin malezas difíciles (SMD) contempla el manejo químico que habitualmente se hace en la zona; en la situación con malezas difíciles (CMD) se considera una estrategia química para controlar a estas malezas, además de las comúnmente presentes en los lotes. La cantidad de situaciones analizadas fueron entonces 24 (6 zonas x 2 cultivos x 2 situaciones de malezas). El indicador utilizado para medir el impacto ambiental fue el Coeficiente de Impacto Ambiental (EIQ) desarrollado por el Programa de manejo integrado de plagas de la Universidad de Cornell . Este coeficiente tiene en cuenta el riesgo para el trabajador que aplica el fitosanitario, el riesgo para el consumidor (aquí se incluye también la posible lixiviación a napas) y el riesgo ecológico, es decir, para el agua, las aves, los peces, las abejas, los benéficos, etc. El EIQ es un valor adimencional (no tiene unidades) y sirve entonces para poder comparar diferentes estrategias de uso de fitosanitarios. Cada principio activo posee un valor de EIQ  que debe multiplicarse por su concentración en el producto comercial, su dosis de uso y el número de aplicaciones, dando como resultado lo que se denomina EIQ de campo. Por ejemplo, el EIQ del principio activo 2,4- D dimetilamina es 20,7, considerando una concentración del 48% y una dosis de 0,6l/ ha, su aplicación tendría un EIQ 5,96 (20,7 x 0,48 x 0,6). Sumando todos los productos usados en una estrategia química se obtiene un valor de EIQ que permite compararla con otra estrategia y así saber con cual se causó mayor y menor impacto.

Resultados

 Al comparar las situaciones con malezas difíciles frente a las situaciones sin las mismas, se observó un marcado incremento de los valores de EIQ, a excepción de un caso que no mostró variación, el del cultivo de soja en el Norte de Córdoba . El incremento promedio del valor de impacto ambiental fue del 30% (169 vs 130), variando entre 0%, en el caso recién comentado, y 96% en el maíz del NEA, lo que implica en este último caso un impacto que prácticamente duplica a la situación sin malezas difíciles.

Respecto al momento de aplicación, la presiembra o preemergencia fue la que causó el mayor impacto (el 30% del total), lo que es esperable por ser el momento cuando mayor carga de herbicida de aplica, con el fin de proteger de las malezas los estadios iniciales del cultivo. Luego le siguieron de manera decreciente el barbecho químico largo (28%) y el corto (23%) y por último el tratamiento de postemergencia (19%). Estas proporciones varían muy poco si se comparan las situaciones sin malezas difí-ciles respecto a aquellas con estas malezas. Si se suman las aplicaciones de barbecho largo y corto, representan el 51% del impacto. Esto permite estimar que la inclusión de un cultivo de invierno o de cobertura disminuiría en parte significativa este impacto, en consonancia con lo mencionado por Baigorria et al. (2016). Comparando cultivos, el maíz fue el que contempla la estrategia de herbicidas de mayor impacto (Grafico 2), siendo en promedio de 158, mientras que en la soja alcanza 141. Esta tendencia se dio en todas las zonas a excepción del NEA. Al comparar por cultivo la estrategia utilizada en la situación con malezas difíciles respecto a aquella sin problemas de malezas, en maíz implica un aumento del impacto del 37% (182 vs 133), mientras que en soja el aumento es del 22% (155 vs 127).

 

CONCLUSIONES

 Así como se sabe del impacto a nivel productivo y económico que generan las malezas difíciles, aquí pudo medirse un incremento en el impacto ambiental, medido a través del EIQ. Este aumento fue del 30% respecto a situaciones sin malezas difíciles, debido a los herbicidas necesarios para su control. Sin embargo, este incremento fue muy variable entre zonas y cultivos, yendo desde 0% hasta casi 100%. El maíz fue el cultivo que presentó la estrategia química asociada con mayor impacto. Esto es debido mayormente al uso de atrazina y metolaclor (o acetoclor), que presentan valores de EIQ de campo elevados. En algunas situaciones pudo notarse que la inclusión de un herbicida o el incremento de las dosis hicieron variar considerablemente el impacto ambiental, cuando se trató de activos con alto EIQ. Esto deja de manifiesto que debería empezar a tenerse en cuenta este tipo de variables al momento de elegir los activos a aplicar. En algunas ocasiones podría reemplazarse por otro de menor impacto y prestaciones similares, y no se hace simplemente por falta de conocimiento (Ver anexo). Finalmente, para disminuir el impacto será inevitable tener una visión amplia del sistema de producción, más allá de un año y un cultivo, e incluir otras prácticas complementarias no químicas que permitan disminuir el uso de herbicidas de manera sostenible. La intensificación con cultivos de invierno y de cobertura que eviten los barbechos de larga duración es un ejemplo de ello.



Fuente: REM / AAPRESID







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